lunes, 10 de agosto de 2015

Las vírgenes celosas

Virgen de San Juan de los Lagos
Conozco a una persona que, hace tiempo, le dijo a mi madre: "Te voy a regalar un cuadro de la Virgen tal (una advocación con mucha devoción en la región donde vivo) pero cuida de rezarle sólo a ella y no a otra (como a la Virgen de Guadalupe), pues ella es una Virgen celosa".
No es la primera vez que la Virgen María se enfrenta a sí misma; durante la guerra de Independencia de México, el ejército Realista (fiel a la Corona Española) tomó como protectora a la Virgen de los Remedios, en tanto que los Insurgentes hicieron lo propio la Virgen de Guadalupe. En este caso, y dado el resultado de la guerra de independencia, ¿La Virgen de Guadalupe es más poderosa que la de los Remedios? 
Sin duda has escuchado o visto numerosas formas de representar o nombrar a la Virgen María, en todos los colores, atuendos, tamaños, nombres y hasta "milagros". A esto le llamamos advocaciones, es decir, formas de invocar a la misma persona.
Estandarte de la Virgen de los Remedios
La Virgen María, desde que Jesús la dio por madre a Juan al pie de la Cruz (“He ahí a tu hijo, he ahí a tu Madre” Cfr. Jn 19,26-27), jugó un papel muy cercano y profundo en la vida de la Iglesia. La frase “Y desde ese momento el discípulo la recibió en su casa” (del pasaje anterior) indica que fue una figura importante dentro de la Iglesia primitiva.
El libro de los Hechos de los Apóstoles lo confirma: después de la Ascensión del Señor a los cielos, los Once Apóstoles “perseveraban unánimes en la oración con algunas mujeres, con María, la Madre de Jesús y con sus familiares” (Hch 1, 14). La clásica representación artística de Pentecostés está basada en una tradición no escrita que sitúa a la Virgen María junto con los Apóstoles recibiendo al Espíritu Santo.
A lo largo de la historia, el pueblo cristiano ha sentido una gran cercanía hacia la Virgen, y por esa misma razón la ha representado en muchísimas formas. Incluso Ella, cuando se ha aparecido, ha procurado mostrarse de forma que la sociedad que recibe su mensaje la vea cercana, que el lenguaje no verbal (vestimenta, simbología, apariencia física) transmita con mayor fuerza el mensaje de Dios.
Cito el ejemplo de la Virgen de Guadalupe (que ameritaría varias entradas). En un momento crítico de la evangelización en la Nueva España, se mostró con varios elementos de la cultura azteca (el atlante que la sostiene, la simbología en su atuendo, su tez, su postura corporal) que permitió que los indígenas aceptaran la fe y la reconocieran como la Tonantzin, término que hace referencia a la Madre de Dios dentro de la mitología azteca.
Estandarte de la Virgen de Guadalupe
El mensaje de la Virgen, a pesar de todas las diferencias de atuendos, siempre es el mismo, el de las Bodas de Caná. Al percatarse que se había acabado el vino (dentro de la cultura judía eso era una deshonra y un mal augurio), le “comenta” a Jesús “invitándolo” a manifestar su poder. A pesar que Él le dice que “no ha llegado su hora” (el momento de manifestarse ante los hombres como Dios), Ella simplemente llama a los meseros y les dice: “Hagan lo que Él les diga” (Jn 2,5). De hecho esas son las últimas palabras “pronunciadas” por Ella en el Evangelio. Su papel es muy claro: acercar a los hombres necesitados de Dios hacia su Hijo. No es Ella quien manda llenar las tinajas, ni quien se “cuelga” el milagro, simplemente intercede y “desaparece” para dejar que Jesús manifieste todo su poder.
La devoción a María, tan arraigada en el cristiano, debe llevar de la mano hacia Jesús; si no lo hace, es una desviación de la virtud de la religión (así como la superstición). De hecho, podría caer en la idolatría (que tanto critican los hermanos separados) cuando la Virgen “suple” el papel de Dios.
Obviamente tanto la Virgen de Guadalupe, como la del Refugio, los Remedios, el Perpetuo Socorro, de Lourdes, de Fátima, de los Dolores, de la Soledad, Auxiliadora, y tantas y tantas que hay son la misma Virgen, con el mismo mensaje y con la misma finalidad: acercarnos a Jesús.
El Concilio Vaticano II, en la Constitución Dogmática sobre la Iglesia “Lumen Gentium” (abreviado LG, que signfica “Luz de los pueblos”), aclaró muchos puntos sobre el papel de María en la vida de la Iglesia, pues su papel se empezaba a distorsionar. Se le ha llamado Mediadora y hasta Corredentora. En especial este último atributo debe entenderse correctamente: Uno solo es el Redentor (Cristo), Quien con su Muerte y Resurrección ha salvado al género humano, de tal forma que su obra es perfecta, es decir, no le hace falta “agregarle nada”. María está asociada al Misterio de la Salvación de todos nosotros de un modo especial (por ser la Madre del Salvador y por los dones con los que fue adornada por Dios) pero en ningún momento su obra “suple”, “complementa”, o “perfecciona” la obra de Cristo. Ella supo poner su libertad al servicio de Dios para que Él pudiera desarrollar su plan salvífico.
Las bodas de Caná
El Concilio aclara este punto: “La Santísima Virgen es invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora. Lo cual, embargo, ha de entenderse de tal manera que no reste ni añada a la dignidad y eficacia de Cristo, único Mediador; […] jamás podrá compararse criatura alguna con el Verbo encarnado y Redentor; pero […] la mediación única del Redentor no excluye, sino que suscita en las criaturas diversas clases de cooperación, participada de la única fuente”. (LG 62).
El Concilio recomienda que no olvidemos que “la verdadera devoción no consiste ni en un sentimentalismo estéril y transitorio ni en una vana credulidad, sino que procede de la fe auténtica, que nos induce a reconocer la excelencia de la Madre de Dios, que nos impulsa a un amor filial hacia nuestra Madre y a la imitación de sus virtudes” (LG 67), de forma que hablar de que una Virgen (nos referimos a una advocación de la Virgen) es “celosa” si le rezas a otra (advocación de la misma María) o que “Ella es muy milagrosa” o, como aquella otra señora que acostumbraba rezar el Rosario durante la Misa porque “sino no acababa”, no son otra cosa sino desviaciones de la virtud de la religión (de la cual habla también el Primer Mandamiento). 



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